lunes, 13 de abril de 2015

Eduardo Galeano

Ha muerto uno de los grandes, un autor que me descubrió hace unos años una de las personas más especiales de mi vida, Félix. Hoy quiero poner un pequeño relato suyo, muy conocido pero no por eso menos importante... Le echaremos de menos. 

QUIEREME MUCHO
Los amigos de Adolf Hitler tienen mala memoria, pero la aventura nazi no hubiera sido posible sin la ayuda que de ellos recibió.
Como sus colegas Mussolini y Franco, Hitler contó con el temprano beneplácito de la Iglesia Católica.
Hugo Boss vistió su ejercito.
Bertelsmann publicó las obras que instruyeron a sus oficiales.
Sus aviones volaban gracias al combustible de la Standard Oil y sus soldados viajaban en camiones y jeeps marca Ford.
Henry Ford, autor de esos vehículos y del libro "El judio internacional", fue su musa inspiradora. Hitler se lo agradeció condecorándolo.
También condecoró al presidente de la IBM, la empresa que hizo posible la identificación de los judíos.
La Rockefeller Foundation financió investigaciones raciales y racistas de la medicina nazi.
Joe Kennedy, padre del presidente, era embajador de los Estados Unidos en Londres, pero más parecía embajador de Alemania. Y Prescott Bush, padre y abuelo de presidentes, fue colaborador de Fritz Thyssen, quien puso su fortuna al servicio de Hitler.
El Deutsche Bank financió la construcción del campo de concentración de Auschwitz.
El consorcio IGFarben, el gigante de la industria química alemana, que después pasó a llamarse Bayer, Basf o Hoechst, usaba como conejillos de Indias a los prisioneros de los campos, y además los usaba de mano de obra. Estos obreros esclavos producían de todo, incluyendo el gas que iba a matarlos.
Los prisioneros trabajaban también para otras empresas, como Krupp, Thyssen, Siemens, Vart, BOsch, Daimler Benz, Volkswagen y BMW, que eran la base económica de los delirios nazis.
Los bancos suizos ganaron dinerales comprando a Hitler el oro de sus víctimas: sus alhajas y sus dientes. El oro entraba en Suiza con asombrosa facilidad, mientras la frontera estaba cerrada a cal y canto para los fugitivos de carne y hueso.
Coca-cola inventó la Fanta para el mercado alemás en plena guerra. En este período, también Unilever, Westinghouse y General Electric multiplicaron allí sus inversiones y sus ganancias. Cuando la guerra terminó, la empresa ITT recibió una millonaria indemnización porque los bombardeos aliados habían dañado sus fábricas en Alemania.

martes, 7 de abril de 2015

sólo sentir

Su corazón iba a mil por hora. Le costaba hasta respirar. Estaba empapada en sudor. Notaba como por su espalda decenas de gotas hacían carreras hasta llegar a su trasero, se mordió el labio inferior en un intento de ahogar el gemido, pero un ronroneo grave salió de lo más profundo de su garganta. Notaba su peso encima de ella, apretándose, rozando, golpeando... Todos esos lugares que ella deseaba que él le tocara, le apretara, le rozara, le golpeara. Giró. Haciéndole girar a él también. Ella arriba, él abajo. Y él se rió. Todo era un juego. Al final todo se basaba en eso. Dominador y dominante. Dominante y dominador. Intentado intercambiarse los papeles, intentando rebelarse contra la dominación. Y otra vuelta. Y él arriba y ella abajo. Y las piernas de ella rodeando la cintura de él. Y esa extraña conexión. Esa extraña conexión que no siempre existe. Ese movimiento al unísono. Y caer sobre ella. Aún jadeando. Y notar su corazón palpitando a gran velocidad, y notar el de ella latiendo contra su pecho. Y cerrar los ojos y no pensar, sólo sentir...

mal de escuela

El otro día tenía un pequeño debate con unos amigos sobre la educación, sobre el fracaso escolar, sobre qué llamamos fracaso escolar y sobre esos niños que ya desde pequeños les marcamos como "malos alumnos". Y recordé un libro que leí hace un par (o tres) de años... Maravilloso, imprescindible.
Os dejo un pequeño fragmento. Espero que os guste.
Sed felices.

"Nuestros "malos alumnos" (de los que se dice que no tienen porvenir) nunca van solos a la escuela. Lo que entra en clase es una cebolla: unas capas de pesadumbre, de miedo, de inquietud, de rencor, de cólera, de deseos insatisfechos, de furiosas renuncias acumuladas sobre un fondo de vergonzoso pasado, de presente amenazador, de futuro condenado. Miradlos, aquí llegan, con el cuerpo a medio hacer y su familia a cuestas en la mochila. En realidad, la clase solo puede comenzar cuando dejan el fardo en el suelo y la cebolla ha sido pelada. Es difícil de explicar, pero a menudo solo basta una mirada, una palabra amable, una frase de adulto confiado, claro y estable, para disolver esos pesares, aliviar esos espíritus, instalarlos en un presente rigurosamente indicativo.
Naturalmente el beneficio será provisional, la cebolla se recompondrá a la salida y sin duda mañana habrá que empezar de nuevo. Pero enseñar es eso: volver a empezar hasta que nuestra necesaria desaparición como profesor. Si fracasamos en instalar a nuestros alumnos en el presente de indicativo de nuestra clase, si nuestro saber y el gusto de llevarlo a la práctica no arraigan en esos chicos y chicas, en el sentido botánico del término, su existencia se tambaleará sobre los cimientos de una carencia indefinida. Está claro que no habremos sido los únicos en excavar aquellas galerías o en no haber sabido colmarlas, pero esas mujeres y esos hombres habrán pasado uno o más años de su juventud aquí sentados ante nosotros. Y todo un año de escolaridad fastidiado no es cualquier cosa: es la eternidad en un jarro de cristal."